1 Nombre: Therion 08-12-2022 (Thu) 19:06:59 [del]
Provincias Unidas de Sudamérica, Campamento militar en Mendoza, noviembre de 1816.
Se ocultó en la oscuridad que rodeaba a la hoguera. Su corazón decía una cosa y su estómago, otra.
Cerca, un hombre tocaba la guitarra. Y cantaba una copla sobre un hombre que cantaba una copla. Otros hombres iban y venían, ocupados en quehaceres que Atima Silencio no podía distinguir. De tanto en tanto, sonaba una voz o una carcajada.
A un costado de la hoguera, sobre un brasero de hierro, se recocían restos de carne y grasa.
Atima Silencio debía decidir entre su hambre y su miedo. Y el hambre, claro, pudo más.
La primera reacción de los hombres, al verla aparecer, fue de absoluta indiferencia. Con tanta penumbra, creyeron que se trataba de una de las pocas mujeres que ayudaban a diario en los preparativos para la campaña. Las reconocían a todas. Viudas, en su mayoría. Decididas, escandalosas y malhabladas como un marineros de un basco carguero. Pero pronto, uno de ellos observó la novedad. Y con un grito llamó la atención de sus compañeros.
Todos giraron a mirarla. Algunos pensaron que todavía era una niña. Otros, en cambio, pensaron que ya había dejado de serlo.
Atima Silencio tenía puestos los ojos en el brasero donde chirriaban los restos del asado.
—¡Acercate!
Y ella avanzó un poco.
—Si querés comer, tenés que acercarte más.
—No tengas miedo.
—Vamos, acercate.
Los trozos de carne se apretaron en la hoja de un cuchillo pequeño y filoso.
—¡Tomá!
Atima Silencio comió con avidez. Si su madre hubiese estado allí, le habría dado un reto de esos que no terminaban nunca. Pero su madre no estaba para retarla, ni para protegerla.
2 Nombre: Anton LaVey 08-12-2022 (Thu) 19:18:42 [del]
Uno de los más jóvenes se acercó a ella.
—¿Cómo te llamás? ¿De dónde venís? De seguro sos una esclava prófuga. ¿Tenés miedo? —se acercó un poco más—. Sos bonita, ¿sabés? —tomó coraje en la risa de sus compañeros—. ¿Qué es lo que llevás colgado en el cuello? Dejame verlo...
Sin embargo, no alcanzó a tocar el espejo cuando algo lo detuvo en seco.
Dos jinetes se aproximaban.
Aquellos hombres debieron reconocer alguna señal porque, de inmediato, se levantaron. Acomodaron sus ropas y su aspecto.
Los recién llegados traían linternas de aceite, con las que recorrieron el grupo, rostro por rostro.
—¿Quién es esta niña? —el que preguntó tenía autoridad sobre todos ellos. Y sobre muchos otros.
¿En verdad la madre de Atima Silencio no estaba allí para protegerla?
Las explicaciones que recibió el jinete fueron entrecortadas. Y no dijeron mucho.
—Llévenla con las mujeres. Ellas sabrán tratar a una niña asustada y hambrienta mucho mejor que nosotros. ¿No lo creen así, soldados?
—Sí, señor.