No creo que quiera ir a ver películas de Harry Potter. Hace un mes, crucé mal el cruce Varela, el semáforo estaba en rojo. Dobló un micro extraño, de apariencia totora. FURRO OBESO estaba al volante. Venía a toda velocidad. Yo no podía moverme, sentía como si Shikamaru me inmovilizase con su jutsu de manipulación de sombras. Al ser embestido, escuché una voz burlona: "¡Nos vemos en Narnia, loro!"
Yo no era ningún loro. Ahora era un fantasma, y estaba en Hoggwarts. Myrtle, la llorona me perseguía. Podíamos atravesar los muros dentro del palacio, pero no podíamos salir de aquel. Myrthle me arrancó mis prendas fantasmales y me hizo frotamientos británicos y burgueses. Yo no me pude resistir, además intuí que llevaba milenios (o al menos centurias) entrenando con los elfos domésticos y con los alumnos de aquella casa de la instrucción mágica.
Todo se llenó de ectoplasma, despidiendo olor a lavandina y pescado.
Luego recuerdo que dos luces destellaron y nos convertimos en piedra.
Cambio de plano. Ahora estaba en la cocina y todos los elfos domesticos estaban muertos y danzando reanimados, seguramente por una magia tenebrosa. Bailaban la Lambada y Sopa de Caracol. Hacían un fúnebre y bizarro trencito. Parecían llorar. Miré mis manos. Eran bidimensionales. Deduje que yo era la dama gorda de la pintura animada. Recordé la habilidad de desplazarme a lo largo de los marcos de las otras pinturas. Decidí pasear, más que nada porque ahora los elfos entonaban villancicos y me deprime la navidad.
Hagrid estaba aciclando lo que parecía un thestral malformado. Era una baisanette de las de cola gorda thicc. Le colocó una máscara de Luna Lovegood y me tuve que ir de allí: al ir y venir la pelvis del semi-gigante guardabosques e impactar contra la lubricada y sólida posadera de la burra policromada, los abundantes fluídos salpicaban el lienzo desde donde observaba la intensa escena. Sobre la cama y sobre una silla y aún en el suelo, había desparramadas otras máscaras con otros rostros: McGonagall, Hermione, Bellatrix Lestrange y Gandalf.

Finalmente Voldemort se fue a pasear a su canguro, "Jimbo". Bellatrix se quedó sentada mirando la nada, desnuda. En la televisión Guideon Kaka, el conuctor arlequín, le hacía preguntas ridículas a Iván Drago, mientras aquel degustaba un hot-dog con chucrut y papitas pai.
Lágrimas rojas brotaban de los ojos de la hechicera tenebrosa.
Yo no tenía el don de la egeremancia, no podía leer sus pensamientos. Éstos simplemente se hacían audibles por su envenenada intensidad.

El Señor Tenebroso está hecho un pelotudo. No sólo no me folla en foma violenta, no a la manera de Kokú, sino que se trajo esta caja muggle que irradia esterilidad cognitiva. ¡Y se ríe de estos patéticos sacoweas!

Recordé cuando, en fiestas por la ciudad, alguna chava se peleaba con su pololo y cuando éste desaparecía, yo me acercaba a hablarle a la cholita. Si había suerte, quizá terminaba la noche acompañado. Era cuestión de que la persona que quería expresar su malestar, dé con una oreja amiga y no con un idiota sabelotodo.

Maté a Sirius Black y no le importó, ¿Por qué espero que reconozca mi valor? ¡Grr! ¡Lo que más bronca me da es que me hace tomar la poción multijugos con cabellos de brujas sangre-impura! ¡Lo odio!

De haber estado en una fiesta decadente con mucho alcohol, creo que me podría haber llevado a Bellatrix a la cama. Casi me la imagino, llorando, riendo, gimiendo, pensando que se venga de Lord Voldemort. Pero hoy me tocaba ser un retrato del Conde Pátula, sin pene, mirando a una hembra en pelota que necesita apapacho.