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La huída hacia delante (en Ao3)
Estaba cansado. Los supresores de sueño que tragó ya no hacían efecto. Había dibujado tres historietas y dos story-boards para Ideas del Sur y le pagaron con UN YOGURT. Luego se subió al auto de su jefe. Esquivar los peajes... ¿podría? Los drones recaudadores le dispararon perdigones rompevidrios. Le daba igual a Madariaga. Ese no era su auto. Ya no podría volver a trabajar en ese lugar. Su vida social era nula. Era nula y había culminado.
Varios duendes mofletudos creados por El Hombre Misterioso habían hecho su maléfica aparición. Madariaga los atropelló a todos. Incluso a unos duendes que se autopercibían muchachas. Les aplastó a todes.
Todo rojo, veía Madariaga. Había fumado muchos cigarrillos de drogadicción que había en el automóvil. Un automóvil Fiat Twingo de su ahora ex-jefe, Fellini. De éste se decía que hizo su fortuna a costa de su antigua mujer, Enriqueta. En el apogeo de su carrera, Enriqueta había amasado unos buenos dólares. Pero Fellini la hipnotizó a Enriqueta y la hizo invertir en emprendimientos que la fundieron a ella. Y lo enriquecieron a él.
Sólo alambre, vacas flacas y duendes.
"Hay un mundo mejor, pero es más caro", decía siempre Madariaga. Lo decía sabiendo que no codiciaba la fortuna para acceder a tal mundo. Para él su consuelo era robar un auto y arrojarse a un precipicio, como en la película de "Thelma y Luis".
"Nunca seré suficiente para Enri".
La "suficiencia" puede tomar más de un intento. Y quizá nunca la alcancemos. Hay más cosas fuera de control que cosas controlables. Quizá se trate de fluir en el medio de tamaño caos incesante...
Podía parar en la ruta para dormir, pero sabía que los duendes se amucharían y lo devorarían.
Nadie quería terminar así, como un choripan en el pasto al que conquistan las hormigas.
Madariaga siguió manejando y cabeceando. Luchando por no dormirse al volante. "No quiero chocar dormido, como un boludo", decía en voz alta.
Tenía terror a quedar vivo y aún más incompetente.
Hacía frío en el auto. Tenía los dedos dormidos. Todos los dedos. Todes.
En contra de todo pronóstico, un edificio demacrado apareció en el inhóspito horizonte nocturno. "¡Yepa yepa yepa!" bufó Madariaga. Lloraba. Le dolía su vida.
El ruinoso amasijo edilicio parecía tener un cartel que rezaba la leyenda "Hotel Usher". Parecía un espejismo. En cualquier momento emergería una cucaracha godzillezca o una horda de zombies. "¡Yepa yepa yepa!" canturreó Madariaga, más animado.
El sueño le pesaba. En cualquier momento sucumbiría. Disminuyó la velocidad. Frenó. Tambaleante, logró llegar a la recepción. Se tocó sus rodillas. Congeladas. Entidades fantasmáticas le dieron una llave. La de su cuarto. No podía leer el número.
La llave empezó a cantar:
"Ella se agita / por la noche se menea todita".
Las puertas crujían con cada paso de Madariaga. Secreteaban. "Mirá ese boludo, parece que se va a caer redondo". Madariaga le quiso pegar a una puerta chismosa. Erró el golpe. Las puertas rieron. "Ese boludo se cree Mike Tyson, ja ja".
Madariaga enfureció pese al sueño y arrojó la llave contra una de las puertas. La puerta más gorda, la más jodona. Algo pasó, algo mágico. El simbolismo era poderoso. Pero Madariaga se cayó y se durmió en el pasillo. No lo notó, pero un duende con cara de Gaturro surgió de la nalguda oscuridad y le orinó en la capocha.
No terminaba nunca de mear. Un litro de pis amarillo y oloroso.
"Amarillo" es un decir, parecía jugo Tang de naranja.
La baranda pestilente le recordó sus salidas cervezales cuando el boom de las cervecerías. Olor a pis en todo el aíre, hombres, mujeres y seres no binaries orinaban un litro de meo por cada pinta de birra que tomaban.
Madariaga sentía culpa por no estar dibujando, y también fantaseaba las ideas más estúpidas. Letras de canciones que no transcribiría. Apenas se sentara con lápiz y papel, sabía que toda ocurrencia dejaría de rimar, la música en los versos se marchitaría. Con tenacidad, Madariaga atraparía sombras, ecos de esos destellos inspirados.
Ideas, ideas, ideas. Redibujar un episodio de la Doom Patrol de Morrison pero con su estilo, un poco deudor de Liniers, Gary Panter, Gary Baseman, Mark Beyer. Y con Gaturro en vez de El Hombre Negativo. Y con otro poder. No sé, que todos los personajes floten como Carlitox. Y que Crazy Jane esté dibujada con una estética más fanservicial.
Madariaga aspiraba a no ser tan seguidor de LA GRASA, tan "lo que quiere la chola". Pero bueno, había que hacer concesiones. Recordaba su gran colección de cómics de GEN-13 meets My Little Pony. El fan-service estaba por algo. Eye-candys como Misty en Pókemon o Lain Iwakura en Evangelion...
El cuarto verde se derritió. Madariaga se percató que desde que se despertó nada se veía como antes, cuando todo lo veía teñido de rojo.
Entonces una voz le habló desde el centro de su cráneo:
"Bienvenido a Mictlán".
Madariaga no entendió nunca que las paredes emitían rayos gamma y que estaba siendo convertido en una pasta de slime para integrar uno de los pendencieros androides de El Hombre Misterioso. Al momento de morir, Madariaga volvió a pensar en Enriqueta, en el Renault 12 que robó y chocó contra un árbol cuando tenía 13 años, en la choco-torta que ganó en una riña de gallos contra Mike el Potoco...
EL HOMBRE MISTERIOSO estaba satisfecho, detrás del cristal incandescente a prueba de radiación. Sentado en su trono de espinas, su fernét con Manaos Cola se había recalentado y tenía un sabor metálico. Una veintena de gorriones oscuros y acerados flotaban como imantados a su alrededor, como pequeños drones israelíes sedientos de sangre.
La recepcionista irrumpe a gritos. La recepcionista es Enriqueta. Quiere dólares y quiere saber dónde está su amiga. Su amiga es una momia bicentenaria. Aparece en el aire, se materializa delante de los presentes. Se comunica con telepatía. Madariaga quiere escapar. La geronta lo acusó de robarse los dólares. "¡Yo sólo robo autos! ¡Sólo los hurto! ¡Nunca usé un arma!". Enriqueta no acepta razones: le salta al cuello y lo muerde como si fuese un pitbull, un bulto pitudo. Pero no duele.
Era una pesadilla.
El cuerpo del flamante androide convulsiona. Pesadillas post-mortem. El cuerpo se debate, tiene sustancias en rebelión. Deberían descomponerse. Pero no: la turbia alquimia tecnocrática, retiene el alma en una prisión de carne, metal y muchos colores.
Madariaga tiene quince años y huye de la policía, que le hace bowlling con una bazooka que arroja bolas de boliche de goma. Cae en un charco, el charco no tiene final, una vez que atraviesa el espejo de barro. Un científico parecido al Doctor Willy de Megaman ensaya con tubos. Hace pesas y flexiones de brazos. Un androide leñador emerge de la oscuridad cantando. "Una cerveza voy a tomar, una cerveza para olvidar y así olvidarme de aquella trampa mortal".