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El ñomo se debatió ferozmente, pero Enoc Quishpe había prevalecido, pisándole la cabeza hasta romperla como un pomelo. Clotilde, la novia de su hermano mayor, había caído en la batalla. Enoc se despertó llorando. Le gustaba hablar con ella, en el mundo despierto. Tenían un juego que al hermano le disgustaba: como Enoc tartamudeaba mucho, Clotilde le escribía preguntas en papeles y cuadernos. A veces se contestaban con dibujos. A veces escuchaban música y garabateaban "escritura asémica" y hacían mímica y hasta unos bailes secretos (de los que nadie sabía nada). Esto lo hacían cuando Samuel Quishpe iba a jugar a la pelota por una Coca-Cola de dos litros que se llevaba el equipo ganador. Samuel Quishpe era un goleador de raza. Incluso atajaba los penales, y estaba orgulloso de sus reflejos, de su agilidad. Aunque quería a su hermano, le molestaba de modo indisimulable que se llevara tan bien con "su chica".
Clotilde nunca había ido a ver jugar a la pelota a Samuel, y nunca iría.
Esto a Samuel le hería el ego y le encendía una furia loca.
Fue entonces que llegó a su casa y...
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He estado subiendo retazos de esta historia en un blog, de forma parcial, para preservar contenido original aquí:
https://garompus.blogspot.com
Todo era cósmico y gigante en extensión temporal. Si se terminasba la vida en un planeta, volvía a reaparecer y evolucionar. Las filosofías que postulaban no intervenir en el desarrollo natural de las cosas no prevalecían. El ciclo de extinción y renacimiento se había dado una vez más. Por ahora, sugiero prestar atención a lo pequeño, a como un pequeño Furro Obeso tenía una densa relación con su padre. Nunca fue aceptado, siempre incumplió con las expectativas. Siempre se sintió inadecuado. Los amigos,, durante una época cursi y virginal, con todo por descubrir, fueron un refugio. Un bálsamo. Pero todo terminó cuando...
... sus padres defecaron, orinaron e incineraron su ejemplar del Necronomicón comprado en una feria de viejos hippies con olor a vino en cartón. Estaba mordido por la humedad y olía a chizitos, a perro mojado. Tenía marcas de hongos. Los rasquetié lo mejor que pude con un pincel seco de buena cerda. Pero ahora estaba ilegible. Insalvable. Irrestaurable. Sonidos oscuros, densos como ectoplasma ingresaron a su cabeza y se agarró a piñas y perdió, porque un vecino lo emboscó por detrás y le incrustó un palo de escoba en un costado. Quizá una costilla se rompió, pero qué bronca. Era mi tesoro y lo mataron. Nunca más otro igual. No sabía cómo desencriptar sus secretos pero tenía internet. Conseguiría que alguien lo escaneé. Ahora me pateaban en la cabeza, en las pelotas, en la panza.
Me echan de casa. Me tiran mis escritos, mis historietas. Hacen una pequeña hoguera. Los niños del vecindario se ríen y cantan. Lloro. No quiero llorar. Y lloro como un boludo humillado. Aprieto los dientes, me duelen y está todo redondo e hinchado, quizá me falte algún diente, cómo me duele la pera. Alguien me dijo que mi sonrisa era linda. Qué mierda, qué mierda importa. Ya sé quién, pero no sé para qué todavía sé eso.
Voy a traer a los vempiros trannies.
Voy a traer a los duendes.
Voy a traer a Nyarlathotep.
Voy a traer la destrucción.
Pero le traía el desayuno, el almuerzo, la merienda, la cena y el postre a los lagartos porque tuve que hacerme repartidor. Hice mahia negra y me volví inmortal, pero tenía que vivir en el sistema. Era mi programación. Era un robot autómata sin verdadera voluntad. Todas mis antiguas ideas de rencor se hicieron un moho lejano, como costras de óxido que se desprenden, como pintura descascarada al sol.
Cantando al sol.
Había algo liberador en no tener nada. En el barrio no habían bicicletas. Los ladrones habían diezmado a los ciclistas. Los diendes comprsban las bicicletas por Mercado Libre y las acumulaban en el desierto de Flores.
Una vez levantaron una escultura en hono a Macri, el destructor de Argensimia. Pero se desmoronó y mató a 15 duendes. Luego los duendes celebraron y murieron 85 duendes, en el baile a beneficio.
Nyarlathotep dormía, en su reino marítimo, Fondo de Bikini.
Los vampiros trannies emigraban
Me cambié el nombre a Gilgamesh. El barrio se había desertificado. Ya no habían autos ni camiones. Ya no se conseguían cubiertas. Ningún tipo de repuestos mecánicos. Pero cualquiera con un poco de efectivo podía mandar a matar a un vecino y tomar sus órganos como repuesto corporal o como alimento. Era común comer polenta con riñón humano, arroz con seso. A mí me gustaban los fideos con corazón.
A menudo quería irme, pues fuera de lo culinario, no tenía motivos para quedarme. Así y todo, no hallaba la motivación para emprender el viaje del héroe. Cada día era una derrota del ánimo. Quizá estaba acostumbrado a perder, a morir pequeñas muertes. Vivía cervezalmente. Me gustaba la cerveza Pata-Agonía, pero la cerveza Brahma costaba LA MITAD. La malta de ésta era sustituída con potaje de orugas y avispas molidas. Lo sé porque trabajé en los morteros del alambique brahmin, donde un casto castizo de la casta mequetréfica intentó aniquilarme.
Con mi dominio de las artes marciales chinas, pude injertarle una escoba Cumulus Nimbus 2000 de Harry Potter en el upite a ese bellaco y remontarlo hasta la estratósfera, donde el vil truhán reventó como un sapo, debido al preciso sistema antiaéreo ucraniano.
Pero la vigilancia perpetua me captó con sus cámaras y fui condenado al destierro, en el desierto de Atacama.
Empecé a caminar hacia dentro sin detenerme. El desierto es maravilloso, todo lo doblega. La tecnología permitía surcarlo. Pero era inaccesible a nuestros devaluados billetes, a nuestra miseria sin par. También la constancia servía. Pero desnutrido e insolafo, mi cuerpo era una llaga.
Sucumbí.
Los djinn, los duendes y los vampiros trannies disfrazados de hienas con tacones se disputaron mi cuerpo. Los duendes, que eran siete, estan sedientos, insolados, vomitados y con los ojos como pasas (estaban ciegos).
Demás está decir que los vampiros trannies succionaron sus fluidos vitales con facilidad.
Los djinn esperaron a que volviera el sol abrazador. Mi cuerpo había sido devorado, adherezado con orégano, comino, laurel. Bebieron vino de dátiles. Retorcieron el cuerpo de uno de los duendes como si estrujaran un trapo de limpiar mesas sobre mi cuerpo para aportar humedad.
Los djinn pelearon entre ellos. "¡Se van a comer todo el cuerpo y tomar todo el vino!" "¡Weón, después los comemos a ellos!" "¡Pero no va a quedar VINO!"
Entonces saltaron con garras y colmillos.
Hacía décadas que no probaban vino.