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    Página: 1-40 41-80 81-

    Relatos de Terror (88 respuestas) thread icon

    68 [del]

    La contienda por Discord
    En la Plaza Resistol se enfrentó la facción "Unidos por la discordia", a favor del uso del Discord contra los jóvenes "Vampires anti-fascistas y anti-discord". El escuadrón anti-disturbios "Peppa Pig" rocío con agua sucia y microplásticos a las juventudes en pugna y luego los tiroteó proyectiles de goma y microplástico esvástico, que imprimía en la piel de las víctimas pequeñas y dolorosas cruces gamadas.
    Finalmente el líder de uno de los bandos gritó "Vamos ganando", pero todos sus compañeros habían perecido empalados por la brigada "Furros por la sodomización latina".
    La mentira se impuso durante un tiempo y la disgregación de todos los sitios de internet se consumó. Todo el mundo estaba en Discord, que era una versión aburrida de Chaturbate o algo así. Yo no sé lo que es porque no lo uso y me importa un comino.
    A mí me gusta el Tangananica, pero hay quienes prefieren el Tangananá.

    69 [del]

    >>68
    10/10

    70 [del]

    Atormentado por una sed espiritual,

    erraba yo por un tenebroso desierto,

    y en la encrucijada de un sendero

    se me apareció un serafín de seis alas.

    Con sus dedos, ligeros como un sueño, tocó mis pupilas

    que se abrieron como las de un aguilucho alarmado;

    tocó mis orejas, y éstas se

    colmaron de ruidos y rumores,

    y comprendí la arquitectura de los cielos

    y el vuelo de los ángeles sobre las montañas

    y la senda de miles de animales submarinos bajo las olas,

    y el trabajo subterráneo de la planta que germina.

    Y el ángel, inclinándose sobre mi boca,

    me arrancó mi lengua pecadora,

    la habladora de frivolidades y de mentiras,

    y entre mis labios helados su mano ensangrentada

    puso el dardo de la serpiente sabia.

    Con su espada hendió mi pecho

    y me arrancó el corazón palpitante,

    y en mi pecho entreabierto hincó un ascua ardiente.

    Como un cadáver, yo yacía en el desierto,

    y la voz de Dios me llamó:

    —levántate, profeta, mira, escucha,

    que mi voluntad te inunde,

    y recorriendo los mares y las tierras,

    incendia con la Palabra los corazones de los hombres —.


    PUSHKIN, Alexandr, El Profeta

    71 [del]

    Cositorto
    Pasaron muchos años de la muerte de Homero, pero Disney estaba preparando La iliada y la odisea de Mickey en 4-D. La gente quería participar de alguna forma. Había cástings. Leonardo Cositorto, afamado estafador piramidal, vio la oportunidad y engrupió a miles de humanos crédulos que invirtieron sus ahorros en dólares. Querían participar de alguna manera ovejuna. Toda el agua va hacia el mar. Siempre se podía caer más. El esquema elucubrado por Ponzi no era nuevo. De hecho, no había nada nuevo bajo el sol y seguían tocando siempre la misma cantinela. Año tras año, montones de chorlitos y pichones caían en nuevas estafas de "La fe verdadera".

    Los dioses Zuckedverg y John Pennon lo invitaron a un banquete, donde conoció a Yokai, la baisanette esposa de Pennon. Cegado por su lujuria y confiado por su astucia, el arrogante Cositorto cortejó con su voz de auto-tune a la potranca de élficas nalgas. Pero ella estaba programada por la lobotomía de los científicos de Wolfenstein y bullía en ella la delación. Y la felación, pero sólo para el pene marrón de John. John Pennon sabía que eso iba a pasar. Fue al balcón de su palacio olímpico, atrajo una nube y le dio forma de hembra baisanette. Ésta podía pasar por la verdadera, puesto que con un poco de magia ficcional, nada es imposible.

    Cuestión que Cositorto volvió a insistir en su avance lujurioso y la criatura conjurada de una nube cedió y yació con el hábil delincuente de guante blanco. Que luego huyó.

    La nube engendró a un monstruo llamado "Kentauro", que instaló un montón de pizzarías llamadas "Kentoky". Yo prefiero pizza Ugi's.
    Los coitos extraviadores a ingente infortunio precipitan.

    72 [del]

    La memoria es un monstruo. Uno olvida, ella no. Simplemente archiva las cosas, las guarda, las esconde y las trae al recuerdo con voluntad propia. Se piensa que uno tiene una memoria... no es cierto... la memoria lo tiene a uno.

    -IRVING, John, Una plegaria para Owen Meany

    73 [del]

    Los viejos carolos
    Les jóvenes habían tomado el mundo. Odiaban el "dad rock" y no tocaban un instrumento musical por temor a convertirsecen dinosaurios empetrolados. En lugar de tal anacronismo, se insertaban auto-tuners en la garganta, para trapear robóticamente a cada instante.
    Maki Gero, el vetusto científico que se convirtió a sí mismo en androide, se hinchó las bolas con esta juventud perdida que vivía triste y pajera mirando memes, hablando con lenguaje inclusivo y canturreando pavadas sobre motomamis. Maki Gero recordó la tenebrosa historia de Rip VanWinckle y conjuró un rayo ancianizador, que convertía a los jóvenes en viejos mustios, reaccionarios pero bastante putos. La batería de litio se descargaba pronto, era más económico energéticamente utilizar el rayo desintegrador, pero menos divertido. Los flamantes viejos, los recientes añejados, correteaban de modo tortugáceo a los amigues aliades, pito en mano, eyaculándoles sémen con polillas muertas, por toda la naftalina en sangre.

    74 [del]

    La desmemoria /4

    CHICAGO está llena de fábricas. Hay fábricas hasta en pleno centro de la ciudad, en torno al edificio más alto del mundo. Chicago está llena de fábricas, Chicago está llena de obreros.
     
    Al llegar al barrio de Heymarket, pido a mis amigos que me muestren el lugar donde fueron ahorcados, en 1886, aquellos obreros que el mundo entero saluda cada primero de mayo.
     
    —Ha de ser por aquí -me dicen. Pero nadie sabe.
     
    Ninguna estatua se ha erigido en memoria de los mártires de Chicago en la ciudad de Chicago. Ni estatua, ni monolito, ni placa de bronce, ni nada.
     
    El primero de mayo es el único día verdaderamente universal de la humanidad entera, el único día donde coinciden todas las historias y todas las geografías, todas las lenguas y las religiones y las culturas del mundo; pero en los Estados Unidos, el primero de mayo es un día cualquiera. Ese día, la gente trabaja normalmente, y nadie, o casi nadie, recuerda que los derechos de la clase obrera no han brotado de la oreja de una cabra, ni de la mano de Dios o del amo.
     
    Tras la inútil exploración de Heymarket, mis amigos me llevan a conocer la mejor librería de la ciudad. Y allí, por pura curiosidad, por pura casualidad, descubro un viejo cartel que está como esperándome, metido entre muchos otros carteles de cine y música rock.
     
    El cartel reproduce un proverbio del África: Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador.
     

    —GALEANO, Eduardo, El libro de los abrazos

    75 [del]

    Life in plastic
    Luego de eras de bendición del plástico, El Vaticano comandado por el argen-títere Francisco decretó el título "Plastic Girl" para la Virgen María. Y su milagro fue re-escrito: Ahora Dios la había preñado de un retoño dúctil y multipropósito: el inmortal plástico, la materia más duradera heredada por los hombres, quienes creerán haberlo conjurado con la alquimia centurias después. Luego el microplástico usurpará los cuerpos humanos para extinguir el perecedero reino de la carne parlante y adicta a las pantallas decadentes. Su poderosa resistencia a la biodegradación pondrá a prueba a las hormigas, quienes desarrollarán una interesante técnica: Nacerán sin boca, sin sistema digestivo y sin cerebro. Su único interés será, durante las pocas horas de vida que les toque en gracia existir, tratar de perpetuar su silente especie.

    76 [del]

    [h1]Un gato y una rata[/i]

    Amanecer en Manhattan. Con las primeras luces, inciertas todavía, cruza las últimas calles una prostituta negra que vuelve a su cuarto después de una noche de trabajo. Despeinada, ojerosa, el frío de la hora transfigura su borrachera en una estúpida lucidez, un ajado desdén del mundo. No ha salido del barrio en el que vive, por lo que no le queda mucho camino que recorrer. El paso es lento; podría estar retrocediendo; cualquier desvío podría disolver el tiempo en el espacio. Aunque en realidad desea dormir, en este punto ni siquiera lo recuerda. Hay muy poca gente afuera; los pocos que salen a esa hora (o los que no tienen de dónde salir) la conocen y por lo tanto no miran sus altísimos zapatos violeta, su falda estrecha con un largo tajo, ni los ojos que de cualquier modo no mirarían otros, vidriosos o blandos. Se trata de una calle angosta, un número cualquiera de calle, con casas viejas. Después viene un trecho de construcciones algo más modernas, pero en peores condiciones; comercios, escarpados contrafrentes de los que se desploman las escaleras de incendio. Pasando una esquina está el edificio donde duerme hasta la tarde, en una habitación alquilada que comparte con dos niños, sus hermanos. Pero antes, sucede algo: se ha formado un grupo de trasnochados, cinco o seis hombres en semicírculo en la vereda delante de una vidriera. La mujer se pregunta qué pueden estar mirando, que los ha vuelto figuras de una fotografía. Nada se mueve en ellos, ni siquiera el humo de un cigarrillo. Avanza mirándolos, y como si fueran el punto que necesitaba para enganchar el hilo del cual sostenerse, su paso se vuelve más liviano. Cuando llega, los hombres no la miran. Necesita unos instantes para comprender de qué se trata. Están frente a un negocio abandonado. Detrás de la vidriera sucia hay una penumbra, y en ella cajas polvorientas y escombros. Pero además hay un gato, y frente a él, de espaldas al vidrio, una rata. Ambos animales se miran sin moverse, la caza ha llegado a su fin, y la víctima no tiene escape. El gato tensa con sublime parsimonia todos sus nervios. Los espectadores se han vuelto seres de piedra, ya no estatuas: planetas, el frío mismo del universo… La prostituta golpea la vidriera con la cartera, el gato se distrae una fracción de segundo y eso le basta a la rata para escaparse. Los hombres despiertan de la contemplación, miran con disgusto a la negra cómplice, un borracho la escupe, dos la siguen… antes de que termine de desvanecerse la oscuridad tendrá lugar algún hecho de violencia.

    -AIRA, César.

    77 [del]

    Perdiendo velocidad

    Tego se hizo unos huevos revueltos, pero cuando finalmente se sentó a la mesa y miró el plato, descubrió que era incapaz de comérselos.
    —¿Qué pasa? —le pregunté.
    Tardó en sacar la vista de los huevos.
    —Estoy preocupado —dijo—, creo que estoy perdiendo velocidad.
    Movió el brazo a un lado y al otro, de una forma lenta y exasperante, supongo que a propósito, y se quedó mirándome, como esperando mi veredicto.
    —No tengo la menor idea de qué estás hablando —dije—, todavía estoy demasiado dormido.
    —¿No viste lo que tardo en atender el teléfono? En atender la puerta, en tomar un vaso de agua, en cepillarme los dientes… Es un calvario.
    Hubo un tiempo en que Tego volaba a cuarenta kilómetros por hora. El circo era el cielo; yo arrastraba el cañón hasta el centro de la pista. Las luces ocultaban al público, pero escuchábamos el clamor. Las cortinas terciopeladas se abrían y Tego aparecía con su casco plateado. Levantaba los brazos para recibir los aplausos. Su traje rojo brillaba sobre la arena. Yo me encargaba de la pólvora mientras él trepaba y metía su cuerpo delgado en el cañón. Los tambores de la orquesta pedían silencio y todo quedaba en mis manos. Lo único que se escuchaba entonces eran los paquetes de pochoclo y alguna tos nerviosa. Sacaba de mis bolsillos los fósforos. Los llevaba en una caja de plata, que todavía conservo. Una caja pequeña pero tan brillante que podía verse desde el último escalón de las gradas. La abría, sacaba un fósforo y lo apoyaba en la lija de la base de la caja. En ese momento todas las miradas estaban en mí. Con un movimiento rápido surgía el fuego. Encendía la soga. El sonido de las chispas se expandía hacia todos lados. Yo daba algunos pasos actorales hacia atrás, dando a entender que algo terrible pasaría —el público atento a la mecha que se consumía—, y de pronto: Bum. Y Tego, una flecha roja y brillante, salía disparado a toda velocidad.
    Tego hizo a un lado los huevos y se levantó con esfuerzo de la silla. Estaba gordo, y estaba viejo. Respiraba con un ronquido pesado, porque la columna le apretaba no sé qué cosa de los pulmones, y se movía por la cocina usando las sillas y la mesada para ayudarse, parando a cada rato para pensar, o para descansar. A veces simplemente suspiraba y seguía. Caminó en silencio hasta el umbral de la cocina, y se detuvo.
    —Yo sí creo que estoy perdiendo velocidad —dijo.
    Miró los huevos.
    —Creo que me estoy por morir.
    Arrimé el plato a mi lado de la mesa, nomás para hacerlo rabiar.
    —Eso pasa cuando uno deja de hacer bien lo que uno mejor sabe hacer —dijo—. Eso estuve pensando, que uno se muere.
    Probé los huevos pero ya estaban fríos. Fue la última conversación que tuvimos, después de eso dio tres pasos torpes hacia el living, y cayó muerto en el piso.
    Una periodista de un diario local viene a entrevistarme unos días después. Le firmo una fotografía para la nota, en la que estamos con Tego junto al cañón, él con el casco y su traje rojo, yo de azul, con la caja de fósforos en la mano. La chica queda encantada. Quiere saber más sobre Tego, me pregunta si hay algo especial que yo quiera decir sobre su muerte, pero ya no tengo ganas de seguir hablando de eso, y no se me ocurre nada. Como no se va, le ofrezco algo de tomar.
    —¿Café? —pregunto.
    —¡Claro! —dice ella. Parece estar dispuesta a escucharme una eternidad. Pero raspo un fósforo contra mi caja de plata, para encender el fuego, varias veces, y nada sucede.

    -SCHWEBLIN, Samanta.

    78 [del]

    Fue en Fort Lauderdale, Florida, cuando un hombre de mediana edad intentó entrar a un bar, lo que le fue negado producto a su deplorable aspecto. Como respuesta, el tipo se enfurece y comienza a patear el cristal de la puerta. Acto seguido, salen los guardias a reducirlo, el hombre arranca, pero es alcanzado apenas a unos metros de distancia. Uno de los guardias le propina una paliza que lo deja inconsciente. La víctima es llevada al hospital, donde se le formaliza en estado de coma. Nueve días después, el 21 de septiembre de 1987, es desconectado del respirador artificial. Su asesino, cinturón negro en kárate, pagó el crimen con cuatro meses de prisión.

    Era el fin de Jaco Pastorius, el mejor bajista del mundo y probablemente uno de los últimos revolucionarios del jazz. Tenía apenas 35 años.

    79 [del]

    https://darkmagicianofchaos44.tumblr.com/post/648294647684300800/me-prostituí-a-los-veinte-en-la-universidad

    80 [del]

    Crohn's is a wmd started by half-life ii last man w a crowbar
    SARs stone age rock

    81 [del]

    Vampiresca!

    82 [del]

    Urinarily speaking

    83 [del]

    http://hombredetrapo79.blogspot.com/2014/11/john-byrne-no-tengo-boca-y-debo-gritar.html

    84 [del]

    El vampiro

    —Sí —dijo el abogado Rhode—. Yo tuve esa causa. Es un caso, bastante raro por aquí, de vampirismo. Rogelio Castelar, un hombre hasta entonces normal fuera de algunas fantasías, fue sorprendido una noche en el cementerio arrastrando el cadáver recién enterrado de una mujer. El individuo tenía las manos destrozadas porque había removido un metro cúbico de tierra con las uñas. En el borde de la fosa yacían los restos del ataúd, recién quemado. Y como complemento macabro, un gato, sin duda forastero, yacía por allí con los riñones rotos. Como ven, nada faltaba al cuadro.

    En la primera entrevista con el hombre vi que tenía que habérmelas con un fúnebre loco. Al principio se obstinó en no responderme, aunque sin dejar un instante de asentir con la cabeza a mis razonamientos. Por fin pareció hallar en mí al hombre digno de oírle. La boca le temblaba por la ansiedad de comunicarse.

    * * *

    —¡Ah! ¡Usted me entiende! —exclamó, fijando en mí sus ojos de fiebre. Y continuó con un vértigo de que apenas puede dar idea lo que recuerdo—: ¡A usted le diré todo! ¡Sí! ¿Que cómo fue eso del ga… de la gata? ¡Yo! ¡Solamente yo! Óigame: cuando yo llegué… allá, mi mujer…

    —¿Dónde, allá? —le interrumpí.

    —Allá… ¿La gata o no? ¿Entonces?… Cuando yo llegué mi mujer corrió como una loca a abrazarme. Y enseguida se desmayó. Todos se precipitaron entonces sobre mí, mirándome con ojos de locos.

    ¡Mi casa! ¡Se había quemado, derrumbado, hundido con todo lo que tenía dentro! ¡Ésa, ésa era mi casa! ¡Pero ella no, mi mujer mía!

    Entonces un miserable devorado por la locura me sacudió el hombro, gritándome:

    —¿Qué hace? ¡Conteste!

    Y yo le contesté:

    —¡Es mi mujer! ¡Mi mujer mía que se ha salvado!

    Entonces se levantó un clamor:

    —¡No es ella! ¡Ésa no es!

    Sentí que mis ojos, al bajarse a mirar lo que yo tenía entre mis brazos, querían saltarse de las órbitas. ¿No era ésa María, la María de mí, y desmayada? Un golpe de sangre me encendió los ojos y de mis brazos cayó una mujer que no era María. Entonces salté sobre una barrica y dominé a todos los trabajadores. Y grité con la voz ronca:

    —¡Por qué! ¡Por qué!

    Ni uno solo estaba peinado porque el viento les echaba a todos el pelo de costado. Y los ojos de fuera mirándome.

    Entonces comencé a oír de todas partes:

    —Murió.

    —Murió aplastada.

    —Murió.

    —Gritó.

    —Gritó una sola vez.

    —Yo sentí que gritaba.

    —Yo también.

    —Murió.

    85 [del]

    [continuación]

    —La mujer de él murió aplastada.

    —¡Por todos los santos! —grité yo entonces retorciéndome las manos—. ¡Salvémosla, compañeros! ¡Es un deber nuestro salvarla!

    Y corrimos todos. Todos corrimos con silenciosa furia a los escombros. Los ladrillos volaban, los marcos caían desescuadrados y la remoción avanzaba a saltos.

    A las cuatro yo solo trabajaba. No me quedaba una uña sana, ni en mis dedos había otra cosa que escarbar. ¡Pero en mi pecho! ¡Angustia y furor de tremebunda desgracia que temblaste en mi pecho al buscar a mi María!

    No quedaba sino el piano por remover. Había allí un silencio de epidemia, una enagua caída y ratas muertas. Bajo el piano tumbado, sobre el piso granate de sangre y carbón, estaba aplastada la sirvienta.

    Yo la saqué al patio, donde no quedaban sino cuatro paredes silenciosas, viscosas de alquitrán y agua. El suelo resbaladizo reflejaba el cielo oscuro. Entonces cogí a la sirvienta y comencé a arrastrarla alrededor del patio. Eran míos esos pasos. ¡Y qué pasos! ¡Un paso, otro paso, otro paso!

    En el hueco de una puerta —carbón y agujero, nada más— estaba acurrucada la gata de casa, que había escapado al desastre, aunque estropeada. La cuarta vez que la sirvienta y yo pasamos frente a ella, la gata lanzó un aullido de cólera.

    ¡Ah! ¿No era yo, entonces?, grité desesperado. ¿No fui yo el que buscó entre los escombros, la ruina y la mortaja de los marcos, un solo pedazo de mi María?

    La sexta vez que pasamos delante de la gata, el animal se erizó. La séptima vez se levantó, llevando a la rastra las patas de atrás. Y nos siguió entonces así, esforzándose por mojar la lengua en el pelo engrasado de la sirvienta —¡de ella, de María, no, maldito rebuscador de cadáveres!

    —¡Rebuscador de cadáveres! —repetí yo mirándolo—. ¡Pero entonces eso fue en el cementerio!

    El vampiro se aplastó entonces el pelo mientras me miraba con sus inmensos ojos de loco.

    —¡Conque sabías entonces! —articuló—. ¡Conque todos lo saben y me dejan hablar una hora! ¡Ah! —rugió en un sollozo echando la cabeza atrás y deslizándose por la pared hasta caer sentado—: ¡Pero quién me dice al miserable yo, aquí, por qué en mi casa me arranqué las uñas para no salvar del alquitrán ni el pelo colgante de mi María!

    * * *

    —No necesitaba más, como ustedes comprenden —concluyó el abogado—, para orientarme totalmente respecto del individuo. Fue internado enseguida. Hace ya dos años de esto, y anoche ha salido, perfectamente curado…

    —¿Anoche? —exclamó un hombre joven de riguroso luto—. ¿Y de noche se da de alta a los locos?

    —¿Por qué no? El individuo está curado, tan sano como usted y como yo. Por lo demás, si reincide, lo que es de regla en estos vampiros, a estas horas debe de estar ya en funciones. Pero éstos no son asuntos míos. Buenas noches, señores.

    ~QUIROGA, Horacio, Anaconda y otros cuentos, 1921.

    86 [del]

    87 [del]

    el diablo

    88 [del]

    Hace como dos días tuve un sueño muy bonito


    Dentro del mismo ,yo estaba acostado en una cama ,en una pieza como de hospital algo así la cosa es que la pieza era blanca y tenía hartas cosas , su velador una puerta cerrada más allá, una parte que no tenía puerta y daba a un pasillo en el que no podía ver el fondo por que había una luz blanca que no me dejaba hacerlo.

    Todo ese lugar estaba cubierto de una luz azul muy este ,¿saben cuando amanece y todo está en una tonalidad azul antes de que el sol salga? Así mismo ,todo estaba con esa tonalidad azul cuando el sol aún no sale o cuando ya se escondió en las tardes ,

    después de ver todos esos detalles ,vi a un abuelito que me dio una sensación de paz muy grande ,transmitía emoción alegría ternura.

    El abuelito era como de 1:68 , delgado de tez media blanca ,su pelo igual tenía barba ordenada ,su pelo era largo y estaba tomado hacia atrás, sus ojos eran azules ,bonitos y transmitían vejez y emoción.

    el señor me tomó las manos ,como para saludarme ,el parecía muy contento de verme no dijo nada me tomo una mano y ahí pudo transmitir toda su alegría,

    en una con sus dos manos tomó mi mano derecha y la apretó firme pero cariñoso ,me dijo

    mi niño usted sabe donde está?

    yo le dije que si sabía ,

    Me sonrió muy alegre y bondadoso, el transmitía puros sentimientos buenos ,no diría que era un Ángel ni nada pero si puedo decir que era una persona que estaba viviendo un momento de dicha muy grande tanto así que podía transmitir todos esos sentimientos buenos

    me dijo después-mi niño tu aún no te tienes que ir
    -le dije que también sabía

    entonces el me dio unas palmaditas de cariño en mis manos con una de las suyas mientras aún sostenía las mías,

    las soltó y me dijo que tenía que irse

    se acercó a la puerta de la pieza que estaba cerrada , la abrió y les juró que vi un brillo dorado salir de ahí, tipo como el más bonito de los atardeceres y ahí el se despidió con su manito y se fue ,yo creo que al cielo ,al paraiso


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